EDITORIAL
14 de octubre de 2001
CADA año que pasa, es más evidente que la sociedad española va cerrando las heridas que durante decenas de años mantuvo abierta la Guerra Civil, sobre cuyos hechos, sobre cuyos orígenes, sobre cuyas consecuencias, es preciso seguir abriendo vías de documentación y estudio.
Ha pasado el tiempo en que era preferible no hablar de ello, no estudiarla demasiado, no hacerlo sin tapujos y a veces con obligadas argumentaciones de reequilibrio para no ofender.
Existe tanta diferencia entre la sociedad española de los años treinta y cuarenta y la de principio del siglo XXI, que ni siquiera los actores todavía con vida de aquellos hechos hablan el mismo lenguaje, sostienen las mismas posiciones. España es un país que ha ganado la paz y la convivencia democrática, y hasta aquellos viejos guerrilleros que trataron de mantener viva la llama de la resistencia contra el régimen instalado tras la contienda, reniegan y critican a los que hoy, bajo la idílica imagen del gudari, o del guerrillero, asesinan impune y salvajemente y siembran el terror.
El maquis es un episodio de postguerra que empieza a ser estudiado y analizado con pasión por la historia de los hechos que nos hablan de las virtudes y las bajezas de los integrantes de la raza humana, pero también con la distancia de quienes se saben habitantes de un país que cierra esas heridas a marchas forzadas.
El maquis es, por tanto, un fenómeno que lejos de caer en el olvido, o seguir siendo víctima de leyendas peor o mejor trazadas en uno y otro bando, debe salir a la luz y a las páginas de los taquígrafos, para completar la visión real lo que fue la conformación de una oposición democrática que tuvo que actuar a medida que iban evolucionando los acontecimientos en España y en Europa, hasta ser el germen, uno de ellos, que permitió la redacción, aprobación y puesta en marcha de una Constitución democrática que ya presume de ser la de más larga vigencia en la Historia de España.
Ofrecemos en este periódico un amplio reportaje con el testimonio de dos importantes guerrilleros del maquis, que operaban en La Mancha y la serranías próximas a Levante. Por su puesto que ellos ofrecen su testimonio, y que rápidamente surgirán otros recuerdos, en otras mentes, que hablarían de una visión absolutamente contraria. Sin embargo, es hermoso poder acceder a estos recuerdos, a estas personas, que crecidas en una ambiente de extrema violencia, en una España de extrema desigualdad, se negaron a arrojar las armas y rendirse, sabiendo que ponían sus vidas aún más en peligro. Y más hermoso es poder hacerlo en un clima de diálogo sincero.
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