Suplemento del País 22/04/2001
El maqui ha ejercido una atracción seductora y misteriosa en ciertos directores de cine español. Han cumplido ese rol de los personajes románticos del siglo XX cuando había poco héroe que reivindicar.
La primera aparición de un maqui en la cinematografía patria es fantasmal y sin nombre. Está en El espíritu de la colmena, de Víctor Erice, y es liquidado por la Guardia Civil. Recién jubilado el franquismo, en 1977, Mario Camus fue el primer director que les abrió un hueco con denominación de origen en una pantalla necesitada de nuevos iconos luchadores que inventar.
Fue en Los días del pasado, protagonizada por Marisol y Antonio Gades y rodada en Cantabria, tierra natal del director y lugar entre cuyos montes, sobre todo de la zona de los Picos de Europa, se escondieron varias partidas comandadas por los míticos Juanín y Bedoya. Después llegó Luna de lobos, de Julio Sánchez Valdés, basada en la novela de Julio Llamazares y en la que también aparecía Álvaro de Luna.
En casi todas, la iconografía es similar. Visten trajes de pana para combatir el frío y van condecorados con ristras de balas y cartuchos para meter metal en el cuerpo al guardia que se les cruce. En los dos últimos años, tres películas han bajado del monte a las pantallas a los maquis. El portero, de Gonzalo Suárez, les pone a tirar penaltis con Eduard Fernández como jefe de la partida.
Otra aparición espectral tienen en You’re the one, de José Luis Garci, en la que no se les menciona pero se les siente en el ambiente. Finalmente, Silencio roto, de Montxo Armendáriz, es, hasta la fecha, la película que con mayor crudeza y tristeza reivindica su lucha solitaria y sorda.
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