Cuando la noticia de la muerte de Francisco Sabaté, el Quico, ocurrida en Sant Celoni el 5 de enero de 1960, llegó a Barcelona, la gente se negaba a admitir la realidad de su desaparición. Los obreros, las criadas, los viejos republicanos, las prostitutas, pensaban que era un truco de la policía.
“Ya vendrá el Quico para desmentir a esos embusteros”, comentaban entre sí los trabajadores catalanes. Francisco Sabaté no podía morir. Como el Empecinado o Durruti, Francisco Sabaté formaba parte de ese peculiar Olimpo hispano, poblado de irredentos e inmortales justicieros de la causa popular. Su muerte ocupó durante bastantes días la atención de la prensa internacional. Las asombrosas peripecias de los últimos días de su vida y su biografía rebelde fueron la demostración de que la vida, en ocasiones, es capaz de superar a la literatura gracias a la audacia de algunos hombres y la ferocidad asimismo mítica de sus enemigos. Pero, ¿cómo era Sabaté?, ¿cómo se construyó su leyenda?, ¿cómo acabaron con él? Apoyándonos en el libro de Antonio Téllez, “Sabaté”, hemos reconstruido algunos de los rasgos más característicos de la vida de este excepcional personaje.
Desde sus comienzos, la vida de Sabaté se había de caracterizar por una profunda rebeldía contra toda forma de autoritarismo. Se afilió a la CNT antes de proclamarse la II República. Al año siguiente, 1932, Sabaté constituyó con otros jóvenes el primer grupo de acción que denominaron Los Novatos, que se vinculó a la Federación Local de la FAI. Cuando llegó la Guerra Civil, junto con su hermano, parte al frente de Aragón con Los Aguiluchos, la primera columna organizada por la CNT-FAI al margen del Comité de Milicias. En enero de 1938, después de liquidar a un comisario político estalinista que había llevado premeditadamente a la muerte a toda una compañía confederal, huye a Barcelona, donde es detenido meses más tarde por el Servicio de Información Militar. Después de fugarse de la cárcel de Vic, se incorporó a la 26 División (la Columna Durruti militarizada), participando en la desesperada resistencia del Montsec. Decidida la suerte de la guerra, el 10 de febrero de 1939, las fuerzas de la 26 División penetraron en Francia y Sabaté con sus compañeros de armas fue internado en el campo de Vernet d’Ariége. Al estallar la II Guerra Mundial, Sabaté se une al maquis. Y en 1945 inicia, tras la victoria aliada, sus actividades en España liberando a un grupo de presos en Barcelona. En marzo de 1947 se crea en esta misma ciudad el Movimiento Libertario de Resistencia (MLR). El MLR se proponía ser la rama militar del Movimiento Libertario, pero este organismo desautorizó a los guerrilleros. A pesar de la oposición, el MLR entra en acción y elimina al ex-sindicalista Melís, que se había convertido en el brazo derecho del comisario Quintela. Entran en contacto con el grupo de acción Los Maños e intentan atentar contra Quintela. A partir de entonces su vida parecerá, para los que no vivimos aquellos momentos, entresacada de un thriller o de una novela de Dashiell Hammett.
La actividad de la resistencia libertaria logró una gran repercusión en la vida barcelonesa. En 1949, mientras Sabaté cumplía condena por tenencia ilícita de armas y explosivos, se produjo el exterminio de los grupos guerrilleros con base en Barcelona. La resistencia, sin embargo, había cuajado en el alma popular. Cuando en 1951 se declaró la histórica huelga de tranvías apareció una coplilla que hizo fortuna: “Para arreglar lo de los tranvías, id a buscar a Facerías. Contra el Requeté, ¡viva Sabaté!”.
A pesar de que los tiempos son cada vez más difíciles, Sabaté no se rinde. A principios de 1955, algunos compañeros de acción del Movimiento Libertario Español, encabezados por el Quico, decididos a actuar bajo su propia responsabilidad sin comprometer a la organización en sus actividades, crearon los Grupos Anarcosindicalistas. Estos grupos fueron inmediatamente desautorizados por el MLE-CNT en Francia. Contra viento y marea, Sabaté y otros cuatro guerrilleros llegaron a Barcelona el 29 de abril de 1955. Sus objetivos: crear bases y grupos para que estuvieran en condiciones de intervenir el día que fuera posible desarrollar una acción generalizada que diera al traste con el régimen franquista. Empiezan por desarrollar una tarea ingente de propaganda agudizando al máximo el ingenio. Para sufragar los gastos de propaganda, la ayuda a los presos, etc., el grupo de Sabaté hubo de recurrir con frecuencia a espectaculares asaltos a bancos, dándose el caso de que cualquier atentado, cualquier atraco que ocurriera en Barcelona se lo atribuían a Sabaté. Aunque ocurrieran simultáneamente en sitios distintos. La policía había llegado a la convicción de que tratándose de el Quico no había nada imposible. Es decir, se había llegado a convertir en el enemigo público n° 1, con toda la carga de leyenda y peligro que ello encierra. La caída de José Luís Facerías, que murió acribillado en una emboscada en el Paseo Verdún de Barcelona el 30 de agosto de 1957, demostró a Sabaté que sus días estaban contados. La policía francesa no estaba dispuesta a consentir el funcionamiento de grupos maquisards y antifascistas en tiempos de reconstrucción nacional y guerra fría. Cuando Sabaté, bajo la acusación de tenencia ilícita de armas, fue detenido en Céret (Francia) el 12 de noviembre, apenas dos meses y medio después de la muerte de José Luís Facerías, Sabaté, estrechamente vigilado, comprendió que la colaboración entre ambas policías no terminaría hasta dar fin al movimiento guerrillero hasta su exterminio. Políticamente, Sabaté se hallaba asimismo desahuciado. La CNT en el exilio había criticado duramente a los Grupos Anarcosindicalistas, organizados por el Quico, por cuanto les consideraban responsables de la caída de Solidaridad Obrera y de la represión desencadenada en Cataluña a raíz de sus últimas actuaciones.
Consciente de su próxima muerte, antes de infiltrarse por última vez en España, en diciembre de 1959, se despidió de sus últimos amigos: “Un fuerte abrazo a todos. Gracias y hasta la próxima, si nos volvemos a ver.
La Guardia Civil, con tiempo suficiente, había preparado en la frontera un recibimiento digno de Sabaté. Habían organizado apostaderos y vigilancia en todos los montes de la zona, cruces de carretera y caminos, entradas y salidas de los pueblos. Tropas de refuerzo, para hacer frente a cualquier eventualidad, estaban acantonadas en Besalú, Beuda y Albanyá. Otras patrullas recorrían incesantemente la región. El día 30 de diciembre, el grupo de Sabaté fue localizado por las márgenes del río Manol. Cuando la Guardia Civil con innumerables efectivos consiguió cercar a Francisco Sabaté y su grupo en una masía, su final se daba por descontado. La suerte y el valor del guerrillero consiguieron lo imposible. Al llegar la noche, el grupo salió a pecho descubierto de la masía jugándose el todo por el todo. Allí les esperaba la muerte. Todos los miembros del grupo cayeron en el intento excepto Sabaté. Este intentó la salida pero sin correr, al contrario, tumbado en el suelo y a rastras. Silenciosamente fue avanzando centímetro a centímetro hacia los primeros matorrales. Pero los guardias civiles estaban agazapados a pocos metros. Inmóvil, casi sin respirar, oyó que alguien se dirigía hacia él, también a rastras, diciendo: “No tiréis, que soy el teniente... No tiréis, que soy el teniente...”
Efectivamente, era el teniente de la Guardia Civil Francisco Fuentes, quien, casi sin saberlo, se dio de narices con el Quico. Este, casi a bocajarro, le descerrajó un tiro matándole en el acto. Los demás guardias no podían saber de qué arma procedía el disparo. Entonces Sabaté tuvo una inspiración inmediata. Se puso a avanzar en la dirección de donde había venido el teniente repitiendo las mismas palabras que había oído: “No tiréis, que soy el teniente... No tiréis, que soy el teniente...”
Así logró franquear las líneas de los Guardias Civiles. Pero había recibido varios balazos, tal vez no mortales pero la pérdida de sangre le debilitaba mucho. Tomó un tren por asalto y pistola en mano se hizo conducir hasta cerca de Sant Celoni. Se tiró del tren antes de entrar en agujas tratando de buscar en la ciudad a un médico. Pero la alerta había sido dada y la Guardia Civil y el Somatén le perseguían de cerca. En una de las calles, ya exhausto por el hambre, la sed y la pérdida de sangre, fue abatido por el fuego cruzado de sus enemigos.
Sabaté no consiguió llegar hasta Barcelona como era su última esperanza. Con Francisco Sabaté desaparecía uno de los resistentes a la dictadura, tal vez el más romántico y que más había dado que hacer a la policía. Desaparecía también con él el tercero y último vástago varón de una familia catalana. Cayó el 5 de enero de 1960, hace ya 41 años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario