Editorial: Adgena, S.L.
Año: 1984
Descripción: 285 p. 14x21 cm
Testimonio: Entré en Francia en febrero de 1939, pasando por la frontera de Puigcerdá. Internada un día o dos en un hangar de la estación de La Tour de Carol, con otras mujeres, niños y hombres de edad avanzada,
de donde fuimos trasladados por tren a Los Andelys (Eure) y alojados en una antigua cárcel y al cabo de varios meses, nos enviaron a Gayon (Eure) y alojados también en una vieja cárcel de menores, hasta junio de 1940, que, como toda la población, huyendo del avance, de las tropas alemanas, participamos en el éxodo a pie por las carreteras, en dirección al Sur, llegando hasta la Loire, donde los alemanes ya se nos habían adelantado y, por tanto, tuvimos que volver atrás, hasta París.
Después de pasar varios días en un "garaje de asilo" del bulevar Raspail, un importante grupo de españoles, fuimos albergados en el cuartel Les Tourelles (París 20), donde mi compañero ( Raphaël SALAZAR LABORDA - Eysses : 2.754 Dachau-Allach : 73.610), poco después, logró entrar en contacto con uno de los dirigentes españoles de la MOI (José Miret) y se empezó en dicho cuartel entre los españoles un trabajo de organización, distribución de octavillas y prensa clandestina. Se me utilizó como enlace y para el reparto de los diarios, hasta enero de 1941, en que me trasladé a Orléans (Loiret), donde proseguimos en mayor escala las mismas actividades, hasta enero de 1942, en que mi compañero fue enviado a la Bretagne.
Quedando sola en Orléans, con mi hijo (entonces de nueve años de edad), y a pesar de tener que trabajar para poder comer, continué las actividades clandestinas, poniendo a la disposición de la organización clandestina la habitación que ocupábamos y que fue a menudo utilizada para reuniones de los dirigentes de la MOI y de los "maquis" de la región; y también algunos perseguidos por los nazis o la Milicia se camuflaban algunos días en mi casa, hasta que se les podía encontrar otro sitio seguro o los medios para hacerles pasar a zona "no ocupada".
Puse también a la disposición de la organización de resistencia la buhardilla, que se utilizó como depósito de prensa clandestina y octavillas anti-nazis, y algunas veces armas y municiones, máquina de escribir, papel, etc., pero en general mi mayor actividad fue la de enlace y buzón entre los diferentes grupos de resistentes españoles, de la MOI y franceses; el transporte y distribución de la prensa clandestina ("Reconquista de España" y otros diarios en español, catalán y francés, llamando a la lucha contra el fascismo y el ocupante nazi).
El 19 de julio de 1944, a las tres de la tarde, fui detenida. Se presentaron en mi casa milicianos, agentes de la Gestapo y perros policías. También fueron detenidos seis hombres, ninguno de los cuales formaba parte de las organizaciones clandestinas, y por el solo hecho, unos de vivir en la misma casa, y otros, por haber entrado a visitar a otros vecinos, ya que durante unos ocho días establecieron una "souriciére" (ratoneras); pero, por suerte, no detuvieron a las mujeres españolas que fueron a verme, y esto permitió que pronto se supiese mi detención y tomar las medias necesarias, evitando así el arresto de otros camaradas, ninguno de los cuales cayó en las redes tendidas por la Gestapo.
Como es natural, hicieron un registro general, encontrando en la buhardílla prensa, octavillas y otros materiales, registro que completaron pillando todo aquello que pudiera tener algún valor, incluso en otras habitaciones de la casa. Como ya he dicho, vinieron a detenerme a las tres de la tarde, afortunadamente, ya que la misma mañana había tenido lugar en mi casa una reunión en la que participaban responsables españoles, franceses y de la MOI.
Mi detención fue debida a una denuncia de alguien que estaba al corriente de mis actividades y que incluso había participado en el trabajo clandestino, pero detenido más o menos por azar, obtuvo su libertad (según él se escapó) gracias a su buena voluntad, diciendo todo lo que sabía sobre mí y mis actividades.
En el local de la Gestapo de Orléans empezaron los interrogatorios, acompañados de bofetadas, puñetazos, quemaduras con cigarrillos en los brazos. Ante mi silencio, más tarde emplearon la matraca, luego el lavabo y, finalmente, el suplicio de la bañera. Como continuaba sin querer hablar, me amenazaron con que, si no daba los nombres y domicilios de los responsables de la Resistencia local y regional, como también los de todos aquellos que conocía y que participaban a la lucha, detendrían a mi hijo y lo colgarían. Este "tratamiento" duró unos quince días. Entre tanto, y por otras causas, algunos otros camaradas habían sido detenidos, los cuales, cuando al fin me permitieron salir a pasear por el patio de la cárcel, no me reconocieron: tanto mi cara estaba hinchada y desfigurada debido a los golpes recibidos. Me conocieron por los zapatos.
Íntimamente sentía una gran satisfacción y orgullo de haber tenido la fuerza moral y física de haber resistido a la bestia nazi y a sus métodos bárbaros y salvajes de intimidación. Sabía que había cumplido con mi deber y que nadie había caído en manos de los nazis por mi culpa. Además, si como decían en los últimos ínterrogatorios, me iban a fusilar, sabía también que mis camaradas, continuando la lucha, me vengarían, y sobre todo que se ocuparían de mí hijo, por lo menos hasta el regreso de mi compañero, que también había sido detenido, mucho antes, a fines de 1942 (Rafael fue detenido el 30 de noviembre de 1942 cerca de la plaza de Italia en Paris), y deportado a Dachau.
A principios del mes de agosto de 1944 fui trasladada de Orléans a la cárcel de Fresnes, donde estuve hasta el 15 del mismo mes, en que fui deportada a Ravensbruck, siete días y siete noches de viaje, 70 mujeres por vagón de mercancías, en las condiciones trágicas conocidas por todos los deportados.
Hice la cuarentena en Ravensbruck, que duró menos de un mes, en un block infecto (como todos), hacinadas y maltratadas (como todas) y nos hicieron trabajar transportando arena de un lado para el otro, y al mediodía la clásica "gamella" de un líquido pomposamente llamado "sopa", que era tan infecto como el block.
Más tarde me mandaron en "Kommando" a Torgau (cuatro días de viaje). Trabajé en el bosque, traslado de leña, etc. Habiendo pedido voluntarias para trabajar en la fábrica de material de guerra y hábiendome negado (como la mayor parte), fuimos unas 250 mujeres trasladadas (otros cuatro días de viaje) a Abteroda, e inmediatamente obligadas a trabajar en la fábrica de municiones y alojadas en el piso superior de la misma fábrica.
Al cabo de varios meses, otro traslado y otros cuatro días de viaje hasta el campo de Markleeberg, donde trabajaba de día con un pico y una pala como "terrassier", y por las noches, como suplemento, en la descarga de vagones de carbón.
Ante el avance de las fuerzas aliadas, las autoridades nazis del campo decidieron evacuar éste y salimos caminando por las carreteras, según parece en dirección a Checoslovaquia. A los varios días de marcha, y en compañía de otras tres deportadas (francesas), conseguimos escaparnos de la columna y atravesar bosques y caminos; llegamos a un campo de trabajadoras voluntarias, que nos dieron de comer y nos guardaron unos ocho días, escondidas, hasta la llegada de las tropas soviéticas, y con las tres camaradas de deportación antes indicadas, volvimos a ponernos en camino, hasta llegar a un hospital de campaña americano, de donde pocos días después pudimos ser trasladadas a Francia, llegando a Paris a fines de 1945 y, como todos los deportados, acogidos en el hotel Lutetia.
Tanto en Torgau como en Abteroda y Markleeberg, formé parte activa de grupos de resistencia (siempre con las camaradas francesas, ya que yo era la única española) al trabajo para el potencial de guerra nazi, sabotajes (en general poco importantes, pero eficaces), etc., y también, dentro de las posibilidades ayudé a las camaradas más débiles o castigadas y sobre todo en el apoyo moral a aquellas que más lo merecían por su actuación anterior y que caían, ante nuestra espantosa situación, en el desespero y pérdida de perspectivas para continuar la lucha. Este trabajo permitió, en la mayoría de los casos, recuperar fuerzas morales y poder resistir hasta la liberación.
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