EL PAÍS 23/07/2007
Nieto e hija de Victorino Pereda,
en el lugar donde murió- J. L
Ino fue enterrado a la entrada del cementerio por decisión del cura para que todos pudieran "pisar la tumba del rojo".
Los susurros no traen buenos recuerdos a Ángel Serrano. Este sociólogo madrileño de 36 años los relaciona con su infancia, con cómo se hablaba en casa de uno de sus abuelos, Victorino Pereda, Ino. No toda la familia quería que el nieto se sintiera orgulloso de tener un ascendente comunista y guerrillero, de quien se dejó de tener noticias en el otoño de 1945.
Los susurros no traen buenos recuerdos a Ángel Serrano. Este sociólogo madrileño de 36 años los relaciona con su infancia, con cómo se hablaba en casa de uno de sus abuelos, Victorino Pereda, Ino. No toda la familia quería que el nieto se sintiera orgulloso de tener un ascendente comunista y guerrillero, de quien se dejó de tener noticias en el otoño de 1945.
Durante muchos años, Ángel sólo tuvo dos abuelas y un abuelo, que murió de enfermedad.
La emboscada de la Guardia Civil en la sierra de Villuercas (Cáceres), la noche del 11 de noviembre de 1945, no sólo acabó con la vida de Ino. La diadema de disparos que le dibujaron alrededor del pecho le volvieron invisible durante 62 años, el tiempo que ha transcurrido hasta que este fin de semana sus restos fueron rescatados de una fosa sin nombre.
Hacia las 10 de aquella fatídica noche. bajo una copiosa lluvia y envueltos en una niebla baja y espesa, Ino se encaminó, junto al también maquis, Alejandro Barroso, Mexicano, hacia una majada, oculta en la montaña. Buscaban algo de comida con la que poder saciar su hambre y la de los compañeros de guerrilla. El estómago vacío era una seña de identidad de los señores de la sierra, como se les conocía en los pueblos de la zona. Solían ser bien recibidos. Se les daba comida y un tiempo de margen para que pudieran escapar. Después, se alertaba a los agentes a de la presencia de bandoleros. El miedo a las represalias pesaba mucho.
Aquella noche de noviembre las cosas no salieron como de costumbre. La Guardia Civil había rodeado la majada. Ino esperaba en la puerta. Cuando Mexicano entró, todo estaba a oscuras. Los dueños les dijeron que se iban a acostar, aunque fuese temprano. Mexicano encendió entonces un fósforo y vio en una esquina a un guardia, que abrió fuego contra Ino sin previo aviso. De forma asombrosa, Mexicano escapó. El mosquetón de su compañero y amigo, de un solo disparo, no pudo hacer frente a las metralletas de los agentes. Todavía hoy se puede ver en la puerta de entrada a la majada una hilera de orificios provocados por disparos de bala.
El cuerpo de Ino fue velado en las escuelas de Roturas de Cabañas, un pequeño pueblo de la sierra en el que hoy viven 350 personas. Nadie sabía qué hacer con el cadáver. Muchos pidieron prenderle fuego. El cura, por si el guerrillero fuese católico, dijo que había que enterrarlo. Pero no en cualquier sitio: en la puerta del cementerio para que todo el mundo pudiese "pisar la tumba del rojo" de por vida, tal y consta en el libro de muertos de la parroquia.
Toda esta reconstrucción no ha sido posible hasta este año. Han pasado más de 60 sin que nadie supiese cómo había muerto ni dónde estaba enterrado Ino.
A Encarnación, su mujer, le llegaron a decir que huyó a Francia y le había abandonado. Pero no tenía sentido. "Mi madre siempre me dijo que tenía que estar orgullosa de él, que si había resistido durante la Guerra Civil no se iba a ir diez años después", explicaba el pasado sábado Beatriz, la hija a la que el maquis no llegó a conocer, en Roturas, a escasos metros de donde yacían los restos de su padre, pocos minutos después de que se iniciase la exhumación del cadáver.
Fue en enero de este año cuando Ángel le hizo una promesa a su madre: "Voy a encontrar a tu padre, al invisible". La idea le venía rondando la cabeza desde hacía tiempo. Sabía que su abuelo, miembro del PCE y guardia de asalto republicano, se había alistado en la guerrilla antifranquista cuando terminó la guerra. Servía de enlace y delegado político entre Madrid y Cáceres, así que hacia allá se desplazó. Aunque la ayuda de las administraciones no fue todo lo buena que esperaba, el proceso de investigación ha sido rápido. Dos profesores de la Universidad de Extremadura le aconsejaron que visitara los pueblos de la sierra de Ibores, por donde se solían mover los guerrilleros. En Roturas, casi todos los vecinos habían oído la historia de Ino, pero nadie había dicho una palabra durante años, "sobre todo la gente de izquierdas", explicaba Ángel. Y ya se sabe que lo que no se habla no existe. "En cuanto localicé el pueblo, todo fue más fácil", recuerda el sociólogo reconvertido en investigador, que un día pudo por fin llamar a su madre y decirle: "He encontrado al invisible".
El nieto de Ino se puso en contacto con el Foro por la Memoria para comenzar las labores de exhumación de los restos de su abuelo. Un equipo de arqueólogos, abogados, voluntarios, una psicóloga y cámaras de televisión se desplazaron el sábado hacia Roturas. El alcalde, Julio García, bisnieto de los dueños de la majada donde murió Ino, puso todas las facilidades al equipo.
En el pueblo, Beatriz confesaba que ha vivido siempre intrigada por dónde pudiera estar su padre. Su hijo le regalaba cualquier libro en el que se le hiciese referencia. Desde que Ángel comenzó la investigación, los nervios han ido a más. El sábado, Beatriz estaba como un flan. No había quien pudiera calmarla: "¿Y si no aparecen los restos? ¿Y si mi padre no está enterrado aquí?", repetía constantemente.
Aunque el trabajo documental era bastante sólido, las labores de exhumación no fueron sencillas. El cementerio está en cuesta y en un primer momento aparecieron todo tipo de restos. Había otra dificultad. Hace apenas un mes, Elisa, una vecina de Roturas, cuando supo que se iba a exhumar a Ino, confesó que su madre, Trinidad Álvarez, estaba enterrada sobre él. Había muerto de forma natural en los años 50 pero, al ser una mujer de izquierdas, el cura quiso que también fuera pisoteada eternamente. Elisa había callado todo este tiempo por el qué dirán. El ancestral miedo de los pueblos pequeños.
Conforme pasaban las horas, la incertidumbre y el sol abrasador se apoderaban del ambiente. Entre todos los vecinos que se acercaron al cementerio, estaba Saturio, Satur. Tenía poco más de 15 años cuando mataron a Ino. Recuerda que fue un domingo porque "había ido al baile". Rápidamente tuvo que subir a la majada con el médico. "Nos dijeron que había habido un enfrentamiento entre bandoleros y la Guardia Civil". Allí vio el cadáver de Ino. "Era muy fuerte, con muñecas como remos".
Uno de las personas que mejor recuerda cómo era el guerrillero muerto, además de Mexicano, que vive en Francia y no pudo asistir a la exhumación por motivos de salud, era el hermano de éste, Eulalio Barroso, Carrete.
A sus 80 años, guarda una mente muy lúcida; estuvo de pie todo el día, contándole a todo el mundo el recuerdo que tenía de Ino: "Era una persona con mucho conocimiento de la estrategia; además, como tenía 33 años, era como un profesor para nosotros, siempre que podía nos aleccionaba de alguna manera".
A última hora de la tarde del sábado, después de casi 12 horas de trabajo y especulaciones, el equipo de arqueólogos limpiaba la fosa levantada en la entrada del cementerio. Dentro de ella se podían ver los huesos de dos individuos. A falta de la prueba de ADN, los arqueólogos aseguraban que se trataba de los restos óseos de una mujer y de un adulto de constitución fuerte.
El Foro por la Memoria organizó ayer un acto de homenaje. Beatriz pasó de los nervios a la emoción. "Aquí está mi padre, ya no es invisible, como han querido hacerle durante más de 60 años", decía. Junto a ella, en todo momento, estaba Ángel. El sábado había conseguido guardar la compostura casi todo el día. A última hora, las gafas de sol ya no podían ocultar unos ojos vidriosos. Había sido un día especial. No sólo había rescatado los restos de Ino. Era el día de su cumpleaños y Ángel recibió el mejor regalo posible: recuperar la memoria de su abuelo y que nunca más se hablase de él en voz baja.
Victorino Pereda
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