AVUI 2/07/2007
Finalmente, tras años y años de no tener ninguna noticia del Ino, uno de los compañeros de escuela que más admiraba, he sabido que había muerto a tiros. No estaba en el exilio, como yo pensaba, sino muerto y enterrado.
Y enterrado de la manera más triste y despectiva que alguien puede imaginar, a la entrada del cementerio y sin nada-ni juicio, ni cree ni nombre-que indicara que allí reposaba un difunto. Un difunto que, en opinión del párroco del pueblo (hay eso lo hace aún más triste) no se merecía el reposo. Por su condición de rojo y su participación en la resistencia del maquis. Y se fue asegurar el rector, de no concederle el reposo. Porque toda persona que entrara o saliera del cementerio debería pisar forzosamente su tumba, con independencia de si era consciente o no. El caso es que en pisaran la tumba. Y así ha sido durante sesenta años. Y así consta en el libro parroquial donde están registrados los difuntos. Y como esta página me hace sentir vergüenza ajena, me he sentido obligado a escribir la presente, en parte apócrifa y en parte no. Sólo añadiendo una letra, el Ino pasa a ser en Tino, un chico de mi escuela, ligero como un gamo y muy ingenioso a la hora de inventar juegos. Fue él quien nos sugirió que, en lugar de jugar siempre a moros y cristianos, podíamos intentar jugar a "guapos contra maquis", que era bastante más divertido. Y así fue. La lástima es que en Tino tuvo que irse del pueblo a regañadientes, cuando su padre fue encarcelado por los fascistas. Durante un montón de años fue el guardián del cementerio de Roturas, donde fue enterrado al morir. El pueblo-agradecido-le dedicó un nicho, con esta inscripción A Lino, el más guapo de los maquis.
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