EL MUNDO 25/06/2000
JESUS MONZON reorganizó el PCE tras la Guerra Civil, fue el padre del maquis español en Francia y se adelantó en 20 años al eurocomunismo. Carrillo no se lo perdonó.
Día 6 de septiembre de 1945. Gabriel León Trilla tiene una cita con otros camaradas del Partido Comunista de España en el Campo de las Calaveras, un lugar de Madrid conocido con este nombre por haber albergado antiguamente un cementerio. Trilla llevaba tres meses en la más dura de las clandestinidades, evitando caer en manos de la policía franquista y, lo que era aún peor, ser localizado por los comandos especiales enviados por la dirección para liquidarle. El premonitorio nombre de esta parte de Chamberí debía haberle advertido del peligro que se cernía sobre él; sin embargo, Trilla no se percató de la trampa en que había caído hasta el último instante, cuando ya era tarde. Intentó escapar, pero dos camaradas le sujetaron mientras otro le cosía a puñaladas. Su muerte fue tan anónima como los años que llevaba luchando primero contra los nazis en Francia y después contra Franco dentro de España.
La razón de aquel asesinato solamente salió a relucir cuando cayó el maquis urbano que estaba a las órdenes de Cristino García, otro héroe de la Resistencia francesa, en la capital de España. Cristino se había negado a ejecutar personalmente la orden de la dirección del PCE porque «era un revolucionario y no un asesino»; Gabriel León Trilla había sido «eliminado» por ser la mano derecha de Jesús Monzón, acusado por la cúpula del partido de «provocador», es decir, de colaborar con el enemigo.
Idéntica suerte a la de Trilla estaba reservada para otros destacados combatientes comunistas, como Pere Canals, Alberto Pérez Ayala o Mateo Obra; todos llevaban el estigma del monzonismo, desviación política de la línea oficial sobre la que cayó la más feroz persecución estalinista que se conoce en la Historia del PCE. Eran los años en que el plomo de las pistolas no iba sólo destinado a los resortes del régimen franquista sino también a los camaradas descarriados.
MUERTE SEGURA
El propio Jesús Monzón, reorganizador del partido tras la Guerra Civil, estaba convencido de que iba a una muerte segura cuando se dirigía en junio del mismo año a Francia para rendir cuentas de sus actos. Ser detenido casualmente por la policía en Barcelona le salvó de sus amigos, pero ahora serían sus enemigos quienes lo colocarían ante el pelotón de ejecución.
Pero, ¿cuál era el pecado que había cometido este dirigente comunista navarro que había sido gobernador civil con la República, secretario de Defensa de Negrín y asesor del Comité Central del PCE? En esencia, uno: haberse anticipado en más de 20 años, con su propuesta de Unión Nacional, a la estrategia política que más tarde sería conocida como eurocomunismo.
Monzón propuso acuerdos políticos con quienes, como los carlistas, habiendo participado en el bando contrario en la Guerra Civil, se oponían a Franco, predicó la reconciliación nacional y el diálogo con la democracia cristiana sobre la base de un respeto absoluto de la religión. Además, Jesús Monzón había logrado dar de nuevo sentido a la vida de miles de refugiados abandonados en los campos de concentración de Francia, cuya existencia había quedado rota por la desmoralizante derrota del 39. Jesús Monzón los reorganizó como fuerza guerrillera contra la ocupación nazi y les preparó para, derrotado Hitler, continuar la lucha contra el fascismo en España.
Fruto de este esfuerzo fue el denominado maquis español, que, con más de 10.000 hombres armados, jugó un papel clave en la liberación de los departamentos y ciudades del sur de Francia. Al acabar la II Guerra Mundial, Monzón lanzó esta fuerza de choque contra Franco, buscando que la lucha por la democracia continuara en territorio español.
Miles de maquis invadieron España por los Pirineos y una ofensiva de cerca de 3.000 guerrilleros logró mantener bajo control el Valle de Arán durante 10 días con la pretensión de establecer aquí un Gobierno Provisional de la Unión Nacional de todos los españoles que estaban contra el dictador.
Manuel Azcárate, otro destacado dirigente del PCE y protagonista privilegiado de estos hechos, dio su aval, antes de morir, a la biografía de Jesús Monzón puesta en las librerías por la editorial Pamiela. Azcárate estaba convencido de que, si Carrillo no hubiera abortado la estrategia política de los monzonistas, el régimen de Franco habría quedado mucho más aislado y la dictadura habría durado mucho menos.
Es una verdadera incógnita si la orientación autónoma, tolerante y heterodoxa que Monzón imprimió al PCE entre 1940 y 1945 habría desembocado en un modelo de partido más próximo al italiano o al yugoslavo que al dirigido con mano de hierro por Stalin. Lejos de serle reconocida esta importante contribución al movimiento comunista, Jesús Monzón se convirtió en el caso español de La confesión, la película de Costa Gavras que simboliza, en la persona de Artur London, la barbarie de las purgas estalinistas contra las corrientes regeneradoras en los partidos comunistas europeos.
Monzón pasó a ser, así, la primera víctima política de Santiago Carrillo como nuevo líder del PCE. Tras regresar del exilio americano, Carrillo se quitó de en medio a Monzón, a quien la policía española consideraba el verdadero cabecilla del partido en la clandestinidad, y tomó él sólo las riendas de la organización.
OLA DE INTOLERANCIA
Una gran ola de intolerancia y represión policiaca se extendió entonces por el PCE. Además de los ajustes de cuentas, pistola en mano, el fantasma de la sospecha surgía en cada esquina y decenas de monzonistas fueron apartados de sus responsabilidades.
Algunos, como Manuel Azcárate y Carmen de Pedro, fueron sometidos por el propio Carrillo a largas sesiones de interrogatorios que les llevaron al borde de la locura, dudando de su propia personalidad. Carmen de Pedro, por ejemplo, llegó a convencerse de que, en vez de haber estado luchando contra el fascismo durante cinco años, en realidad, había colaborado con él y de que, por lo tanto, era necesario liquidar a Monzón, de quien había sido amante durante este duro periodo de clandestinidad.
Jesús Monzón, que en las mazmorras franquistas tenía que hacer frente a una petición de pena de muerte, fue expulsado del partido y toda la organización le dio la espalda, incluso dentro de la cárcel; solamente los militantes que conocían su honradez mantuvieron su fidelidad por encima de las directrices del partido.
Abandonado por todos, tuvieron que ser antiguos amigos navarros que habían combatido con los carlistas en la Guerra Civil quienes intervinieran en el consejo de guerra para que la petición de pena de muerte se transformara en 30 años de prisión.
Pero la peor consecuencia de estos años de plomo y de intolerancia dentro del PCE fue que el nombre de Jesús Monzón y lo que ello suponía fue borrado de la memoria colectiva, apartado del curso de la Historia y condenado al ostracismo. Ni siquiera los militantes de su tierra, Navarra, tenían conocimiento de su existencia, y su muerte en Pamplona a consecuencia de un cáncer el 24 de octubre de 1973 pasó totalmente inadvertida en la ciudad que le vio nacer el 22 de enero de 1910.
Manuel Martorell acaba de publicar el libro Jesús Monzón: el líder comunista olvidado por la Historia
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