Miguel Carracedo
Desde que era niño, nací en 1945 en pleno furor estraperlista de la postguerra civil española, en Riaño y sus alrededores siempre oí hablar de un personaje que traía en jaque a la Guardia Civil. Me parecía que éste personaje estaba a caballo entre la realidad y la ficción, entre el mito y la leyenda. Debo añadir que por él sentía una cierta simpatía y hasta admiración por ser capaz de sobrevivir él sólo en los montes de Asturias, León y especialmente Santander, de donde procedía. Me estoy refiriendo a Juan Fernández Ayala, “Juanín”.
Muchos años después he procurado informarme sobre Juanín y tardé mucho tiempo en encontrar documentación sobre las andanzas y aventuras del guerrillero antifranquista, aunque para muchos no fuera más que un simple bandolero, un ladrón que robaba a los pobres ganaderos de la zona amparado por los rigores de nuestras montañas. Al menos ésta es la imagen que de él se nos ha querido dar en su momento y muchos años después de su muerte en 1957.
Mi admiración por Juanín está secundada por mucha gente, no sólo del bando perdedor, sino también por guardias civiles que intervinieron en su persecución y posterior captura, uno de ellos relataba: “Sí se supiera su historia y su genialidad todo el mundo lo respetaría. Otro destacaba: “Me tuvo a tiro varias veces, pudo haberme matado y no lo hizo. Sabía que al fin y al cabo yo no era más que un pobre guardia civil. Las circunstancias le obligaron a él también a ser lo que fue... pudo matarme, pero no era un sanguinario. ¡Qué vida ha tenido que llevar uno! Hoy cayó este hombre muerto, otro día pude haber caído yo. Pero estad seguros que ni él ni yo, ni nadie de los que andábamos agarrando mojaduras, miedos y hambres merecíamos morir a tiros, os lo aseguro”.
Al terminar la Guerra Civil española en 1939, muchos españoles del bando republicano se vieron obligados a “echarse al monte” al no poder huir al exilio, ante la represión del Ejército y Gobierno Nacional, ganadores de la contienda.
Juanín había nacido en Potes un 27 de noviembre de 1917, en el seno de una familia de estrato humilde, que pocos años después se fue a vivir a Vega de Liébana.
Las dificultades económicas de la época y las múltiples enfermedades de su padre le obligaron a trabajar desde los 11 años. A los 17 se afiliaría a las Juventudes Socialistas Unificadas de Santander y al producirse el levantamiento de 1936 se alistó en el Ejército de la República, pasando a formar parte del Batallón Ochandía que operaba en Cantabria junto con otros jóvenes de su pueblo. Ya en el frente, salvó la vida de un soldado que había recibido un disparo en el cuello llevándole a sus espaldas bajo el fuego del enemigo durante más de un kilómetro.
El frente de Santander apenas duró un año, tras la retirada gubernamental, Juanín escapó hacia Ribadesella en barco, allí combatió hasta el final de la guerra. Cuando volvió a Potes en 1939 se entregó pensando que así la represión contra él sería más suave. Juanín fue procesado y condenado a muerte por un Consejo de Guerra; por entonces, escribió una carta a su hermano José, falangista, que consiguió le conmutaran la pena por 12 años de prisión. Estuvo en la cárcel en Santander antes de ser llevado a Valencia en 1941. Dos años después quedó en libertad vigilada gracias a una amnistía promulgada por entonces.
Volvió a Potes y trabajó en la reconstrucción de la villa, tenía que presentarse semanalmente en el Cuartel de la Guardia Civil y estas comparecencias debidas a envidias y chivatazos casi siempre terminaban en brutales palizas.
La madre de Juanín, Dña. Paula, intentó por todos los medios que fuera trasladado a trabajar en el Salto del Nansa para distanciar las comparecencias al Cuartel y así distanciar también las palizas, fue inútil.
Juanín no pudo más, después de seis meses a “golpes de vergajo” un día antes de tener que ir al cuartelillo, la noche del 21 de julio se fue de romería, era un buen bailarín y le gustaban mucho las mujeres, iba a ser su último baile, sabía que tardaría en bailar mucho tiempo.
Al amanecer del siguiente día con un pequeño hatillo de comida se echó a las montañas en busca del grupo de Ceferino Roíz, jefe de la Brigada Machado, guerrilla antifranquista que operaba en la zona, en la que comenzaron sus andanzas de guerrillero que durarían 14 años, hasta 1957. Más tarde se le unirían varios compañeros de guerra como Lorenzo ...
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