(Artículo extraído de su libro "Maquis: La Guerrilla Vasca (1938-1962)" (Editorial Txalaparta)
El veterano maquis Marcelo Usabiaga, superviviente de aquellos días, conversando con el profesor Mikel Rodríguez Álvarez, autor del libro. Después de haber sufrido 20 años de cárcel, Marcelo sigue manteniendo una energía y memoria envidiables.
Para los historiadores franquistas no existió guerrilla en las Vascongadas o Navarra. Ni para Eulogio Limia, ni para Francisco Aguado ni para Comín Colomer hubo una Agrupación Guerrillera de Euskadi. En realidad, aunque menos activos que en otras regiones, los maquis también actuaron en el País Vasco.
En agosto de 1944 se organizó una Brigada Vasca en el seno de la Unión Nacional Española. La decisión la tomaron en Pau, en el recién incautado consulado franquista, el general Fernández (comandante de la Agrupación Guerrillera de la UNE), el comandante Vallador (jefe de la División de los Bajos Pirineos) y Victorio Vicuña, alias "Julio Oria".
Este es su testimonio: "Cuando fracasó la operación “Reconquista de España” cambiamos de táctica. Suspendimos la operación, pero no la lucha armada ni el intento de introducir fuerzas armadas en España.
La nueva Dirección, en lugar de buscar un frente inmóvil, que estratégicamente era un error, buscaría meter pequeños grupos guerrilleros, armamento y cuadros políticos escogidos (...) Pensábamos que el Régimen se estaba tambaleando y que un esfuerzo de nuestra parte sería suficiente para derribarlo. Preparamos la Brigada Vasca para que entrase en pequeños grupos que fuesen la base de los destacamentos guerrilleros que actuasen en las zonas montañosas de Euskadi. Un grupo políticamente plural, que dominase el idioma y la geografía, para facilitar el contacto con los hijos del país.
Esta idea la tomamos Luis Fernández, que como bilbaíno conocía la situación del País Vasco y yo, que tenía en la cabeza cómo había fracasado nuestra primera incursión en España, dos años antes en Lérida, algo tan simple como porque nadie del grupo sabía catalán. El caso es que pusimos a un miembro de Acción Nacionalista, Ordoki, como jefe de Brigada y a un comunista de Irún, Esparza, como instructor político.
Les dimos las mejores armas, los mejores equipos de origen alemán, por los que muchos habían dejado su vida luchando y los mandamos para el aprendizaje a Sauveterre de Bearn. Y de la noche a la mañana desaparecieron sin decir nada, llevándose las armas y los camiones. Tenían que haber hablado como hacen los hombres, con limpieza y claridad, pero se fueron como hacen los ladrones, apoyándose en la oscuridad de la noche para irse a Burdeos y ponerse a las órdenes del coronel Druilhe, del Ejército francés. Allí hubo mucho oportunismo político, falta de lealtad y nosotros nunca hemos hablado de ello.
Lo cierto es que, desde el verano, agentes del PNV habían realizado una labor de zapa entre los guerrilleros, convenciéndoles de que debían salir del maquis español, por el bien de Euskadi. El lehendakari Aguirre, atado de pies y manos a Washington, no podía dejar vascos en las garras del comunismo moscovita. En diciembre se fueron con los franceses, a excepción de 17. Este hecho provocó una de las mejores frases de la II Guerra Mundial: Vicuña acudió a Burdeos, a quejarse de “la deserción” al coronel Druilhe. Este apoyó a los vascos y a los anarquistas del Batallón Libertad, que también habían abandonado la UNE. Y amenazó a los maquis españoles. Vicuña le respondió: "¿Nos amenaza? ¿Pero de verdad cree usted que, si no hemos tenido miedo de los alemanes, se lo vamos a tener a ustedes?"
El caso es que la pérdida de un centenar de guerrilleros dejó casi en cuadro el dispositivo que debía actuar en las Vascongadas. Aún así, de noviembre de 1944 a junio de 1945, pasaron 40 maquis en pequeños grupos. El último cayó en 1951, cuando Francisco Echeverría, "el rubio de Aranaz", cercado por la Guardia Civil, se suicidó en Oiartzun. No hay espacio aquí para relatar todas sus andanzas pero, como botón de muestra, esta es la historia del primer grupo, once valientes – diez hombres y una mujer – que desembarcaron en noviembre de 1944:
La llegada del primer grupo
La noche del 18 al 19 de noviembre se produjo la primera incursión de la Agrupación Guerrillera de Euskadi: el desembarco en Hondarribia del grupo inicial. Lo mandaba Pedro Barroso, de Segovia y lo constituían el valenciano Alfredo Gandía; el hernaniarra Marcelo Usabiaga; Javier Lapeira, de Bilbao y Regino González, vecino de Donostia.
Al día siguiente, siguiendo el mismo itinerario, llegaron el eibartarra Víctor Lecumberri; Nicolás Chopitea, de Abanto; José González; Esteban Huerga; Manuel Micón y la zaragozana Victoria Castán. Pertenecían a la 102 División y todos eran veteranos del maquis, salvo Usabiaga, Chopitea y Lapeira, que acababan de huir de España.
Se les había incluido en el grupo a petición de Ramón Ormazábal, que los consideraba personas idóneas para reorganizar el PC de Euskadi. Su armamento consistía en 11 subfusiles, 11 pistolas, 33 cargadores y una veintena de granadas. Todos portaban cédulas personales, salvoconductos y fotos. Barroso guardaba consigo un listado de nombres y direcciones sin cifrar de elementos antifascistas con los que pensaba contactar. Un guerrillero nacionalista convaleciente en Sara de las heridas recibidas durante la invasión de Navarra había facilitado a los guerrilleros comunistas las identidades de los responsables de Eusko Naya (la inactiva resistencia nacionalista vasca), asegurando que podrían ayudarles.
Habían embarcado en Hendaia y tomaron tierra en Jaizquíbel. Los trasladó un contrabandista, Bernardo Zamora Iriarte Beñat, contratado por mediación del comandante de la Brigada Vasca, Kepa Ordoki. El viaje había costado 11.000 pesetas de la época, 1000 por cabeza. Durante el desembarco sucedió un hecho aparentemente trivial que tuvo posteriormente gran trascendencia: la pérdida de un cargador de una metralleta Sten.
Los maquis se refugiaron temporalmente en un caserío de Irún. Ante la falta de puntos de apoyo en la villa fronteriza, contactaron mediante una joven de la casa con José Aguilar, un comunista de Irún que les proporcionó una dirección en Donostia. Llegados a la capital, no les permitieron pasar la noche en la citada vivienda. Intentaron infructuosamente pernoctar en otros tres domicilios y finalmente, les acogieron en la residencia de los tíos de Regino González. Barroso, Lapeira y Gandía se trasladaron a Bilbao para establecer contactos. El grupo que desembarcó la noche siguiente también se dispersó: Lecumberri se desplazó a Eibar y Chopitea a Vitoria.
En Santurtzi, Barroso se entrevistó con Ormazábal, delegado del Partido en Euzkadi, que le pidió ayuda para arrebatar el control del Partido a Luisillo. Barroso se negó porque sus instrucciones eran realizar funciones militares y no implicarse en cuestiones políticas. Durante la siguiente reunión, tanto él como Ormazábal fueron prendidos por la Policía en la calle San Francisco.
Mientras tanto, un soldado del Fuerte de Guadalupe ha encontrado el cargador y se lo ha entregado a un oficial. Éste ha alertado a la Brigada Político Social de Irún. La Policía, al mando del comisario Melitón Manzanas, ha localizado el caserío y detenido a Aguilar. Éste se derrumba durante el interrogatorio por las torturas, y confiesa la dirección que facilitó en Donostia. Los policías reconstruyeron el itinerario de los guerrilleros por la capital y finalmente llegaron al piso de los tíos de Regino. Allí capturaron a tres maquis, y los días siguientes apresaron en Gipuzkoa a 20 hombres y mujeres entre guerrilleros, enlaces y cuadros. En Vizcaya cayó la dirección de la zona fabril y bastantes militantes. Chopitea fue detenido en Vitoria y Lecumberri en Eibar. Del grupo, sólo Gandía pudo escapar. La aprehensión del listado de Barroso facilitó la labor de la Policía y provocó detenciones de muchos nacionalistas vascos y socialistas.
Miguel de la Mano, un estudiante bilbaíno, primer muerto de la
Milicia Universitaria del SEU, en el enfrentamiento con el maquis.
Hay que resaltar en honor de los guerrilleros que las personas con quienes contactaron y que no figuraban en el listado no fueron detenidas. Y eso, pese a las palizas de rigor, que se cebaron especialmente en Barroso y Lapeira. Durante el juicio, la aparición de una nómina resultó providencial para la mayoría. Barroso, como comandante, fue condenado a muerte y fusilado. Lapeira, por la agravante de haberse resistido a la detención, también fue sentenciado a la pena capital. Pero los demás, que figuraban como simples soldados en la nómina, tuvieron penas de veinte años y un día.
Gandía se reunió con Mateo Obra y Luisillo para reunir camaradas con los que iniciar la lucha armada. En marzo, visto lo infructuoso de sus intentos, Obra fue trasladado a los Picos de Europa y Gandía regresó a Francia por decisión propia. El valenciano intentó justificar su vuelta ante la Dirección y señalar culpables del fracaso de la operación, apuntando hacia Chopitea y Usabiaga. En la prisión de Ondarreta, Barroso, Lapeira y Usabiaga también realizaron un informe en el que explicaban las causas de su caída: la pérdida del cargador y el contacto con Aguilar, que no pudo soportar las torturas y les denunció. En realidad, el deambular nocturno del grupo por Donostia a la búsqueda de un lugar donde dormir apunta hacia la verdadera causa de su fracaso: la inexistencia de puntos de apoyo.
El comandante Aguado relata así los hechos: "En la madrugada del 21 de noviembre de 1944, tuviéronse noticias de que en las inmediaciones del caserío de Mendeluazpi, habían estado durante unas horas cuatro hombres y una mujer. Todos procedían de Francia. Cruzada la frontera se habían tomado un descanso, con orden de internarse a continuación en territorio español. Sin embargo, los servicios de información funcionaron con rapidez y la Policía pudo dar con su escondite en San Sebastián tres días después. En primer lugar estaba Usabiaga, de profesión perito mercantil, como cerebro del grupo; luego un segundo apellidado González, muy idóneo para la agitación-propaganda; el tercero de oficio mecánico, poseía alguna experiencia en la preparación de artefactos explosivos; el cuarto actuaba como elemento auxiliar. En cuanto a la mujer Victoria, además de servir de amiga, actuaba como difusora de la propaganda y para la acción proselitista.
La investigación policial llegó hasta la casa que servía de cobijo a los infiltrados y por consiguiente había de contarse con algunos elementos conocedores de la frontera para la feliz realización de los pasos clandestinos. Esta labor estaba encomendada a otros dos elementos y a una mujer de nombre Benigna. Todos los infiltrados eran de notoria filiación comunista y poseedores de abundantes notas y direcciones para tomar contacto con nuevos adherentes, sobre los que realizar la preparación política eficiente. No obstante, la rápida captura del grupo impidió a sus componentes poner en marcha un plan de “guerrilla urbana” siguiendo las órdenes del Partido. Se supo al detalle la entrada de otro grupo “destinado a Bilbao” y que, agazapado en algún lugar seguro, aguardaba un momento propicio para enlazarse con el de San Sebastián y coordinar las acciones terroristas. Detenidos por la Policía, se anuló así el primer intento de lucha terrorista en las zonas urbanas del Norte."
Marcelo Usabiaga recuerda aquellos hechos: "En el reparto de funciones del grupo que iba a actuar no se sabe dónde, si en Vizcaya, en Guipúzcoa o en Asturias, Barroso era el comandante, yo venía como jefe de agi/pro, Lapeira como técnico de organización... Eso se decidió en una reunión en el Hotel Bristol de Pau. No había absolutamente ningún objetivo. Yo en las reuniones estaba totalmente cohibido. Exteriormente decía que sí, pero interiormente... Lo único de lo que se habló era de que habría que atracar bancos para conseguir fondos, porque no traíamos un céntimo. Al último que vi en Francia antes de volver fue a Ordoki, que fue a despedirme cuando montaba en la lancha. Y me dijo, luego se lo he recordado y también me lo ha recordado él: “Me parece que esta es una aventura que va a salir mal”.
Barroso llevaba un listado de direcciones sin cifrar y otros papeles. Y la vida está llena de casualidades, porque cuando la detención esos papeles me libraron. Cada uno llevaba un naranjero con cargador, una pistola y en la mochila, dos cargadores más y dos bombas de piña. La caída fue porque el cargador se cae, rastrean, encuentran el caserío donde hemos estado y cometí la torpeza, confiado absolutamente en la fortaleza física y moral de Pepe Aguilar, combatiente de toda la vida, de absoluta confianza conmigo, luchador.
Estábamos en el caserío y el contrabandista nos iba a traer un taxi para llevarnos a la cuesta de Aldapeta, en San Sebastián. ¿Pero allí qué? Barroso tenía una lista y le dije: “Conozco en Irún a José Aguilar”. Y Barroso me dijo que era el jefe de la guerrilla en Irún, que lo tenía apuntado, pero que no sabe dónde vive. “Pues yo sí”. “Pues llámale”. Mandamos a la chica del caserío a buscarle. Dormimos allí. Y al día siguiente, a las dos de la tarde vino José Aguilar. Él se comprometió a buscarnos un piso en San Sebastián, la casa de Lirio. El contrabandista vino con el taxi y subimos cinco compañeros al piso de Lirio, en el barrio de Amara.
Él ya estaba avisado por Aguilar y me dijo que no podía quedarme. Y eso, a las once de la noche, cinco tíos con una pistola en el bolsillo cada uno, en San Sebastián. Entonces quedamos en que, como Lapeira, Barroso y Gandía se iban a Bilbao, para poder contactar nos enlazaríamos a través del bar de un tal Arjanaute, en la plaza del Buen Pastor, frente al lado del Koldo Mitxelena. Arjanaute había sido comandante del Batallón Meabe, de la JSU, y yo le conocí en Bilbao, cuando estaba en la ejecutiva de la JSU. Me había relacionado con él cuando estaba en el destacamento de Arrona. Quedé en que le comunicaría donde nos quedábamos para que los avisase cuando volvieran.
De allí fuimos a la calle Campanario, una dirección que también tenía Barroso, de un chico que había pasado a Francia. Les explicamos que veníamos escapados y nada. Desde allí acudimos a la dirección de una camarada del Partido que yo conocía, en Sagües. Todo esto ya serían las doce de la noche. Y el contrabandista con nosotros, porque se había quedado con las armas en Hondarribia y no podía perdernos la vista si queríamos contactar posteriormente.
Entonces Regino González, cuyos tíos vivían en San Sebastián, a la vista del panorama que hay y que no podemos quedarnos en ningún piso, nos dice que va a hablar con su tío, que vive en la calle San Martín, cerca del Buen Pastor. A las doce, los cinco tíos esperando abajo. Al final allí nos quedamos él y yo. Beñat, cuando íbamos a despedirnos, me dijo que ya no volvía. Se intuía algo, quizá la chica del caserío le dijo algo... No sé, se olía alguna cosa. Se fue a Francia, a Hendaya, a una dirección que conocíamos y quedamos en que le avisaríamos cuando pudiéramos ir a recoger las armas.
Al día siguiente fui al bar de Arjanaute. Me dijo: “Vamos a pasear, que aquí está mal hablar”. Fuimos a pasear hasta cerca de La Brecha y me dijo que “a santo de qué le metíamos en esa cuestión, que él no quería complicarse en cuestiones de bombas y metralletas, pero que contactaría con Lapeira”.
En fin, que como no había sitio para quedarnos en San Sebastián, tuvimos que quedarnos en casa del pariente de Regino, que era hacerle una buena faena. Infraestructura nula, eso me desesperaba. Y se lo decía a Barroso en la cárcel y no me entendía. Pero el problema de la detención fue que no podías perder el contacto con el contrabandista ni tampoco con los que habían ido a Bilbao. Mientras, la Policía ha localizado el caserío, ha localizado a la chica y a Pepe Aguilar. Y Pepe les pone en la pista del piso de Lirio. Y Lirio sabe nuestra dirección para dársela a los que tenían que contactar con nosotros. Y así caímos.
La Caída del grupo
Lapeira vino de Bilbao, habló con Arjanaute y apareció en el piso a las cuatro. Nos dijo cómo habían andado por Bilbao, quedamos de nuevo a las nueve de la noche y salió para hacer una gestión. Le dije que fuera puntual. La Policía entró a las ocho y media siguiendo la pista de Lirio. ¡Y yo sabía que a las nueve venía! Era Melitón Manzanas, que me conocía muy bien de antes de la guerra, y otro que tenía un obrador en Irún. Y tuvimos la mala suerte de que nos iban a llevar a las ocho y media pero, entre los tíos de Regino, la prima, nosotros dos y cuatro policías no cabíamos en el coche. Y le dijo al chófer: “¡Vete a la Avenida y coge dos taxis!”. Y en ese crítico momento llega Lapeira, no ve nada raro, sube al piso y le enganchan. Si tarda un cuarto de hora, no nos encuentra y se salva. Y si viene cinco minutos antes, ve el coche de la Policía ahí al lado y se larga. De la caída del segundo grupo no sé detalles, pero fue un desastre aquello. Cayeron montones de personas que no eran colaboradores activos, ni enlaces, sólo amigos, conocidos que habían hablado con nosotros.
Manzanas nos frió a preguntas a Regino, a Lapeira y a mí. Luego nos llevó a la Comandancia Militar, de la Avenida de Francia. Como Irún estaba quemado, cuando me sacaron de la comisaría de la calle Aduana y me llevaron atado por todo el paseo Colón a las tres de la mañana, estaba seguro que me iban a fusilar. Además, al salir, Manzanas les dijo a los dos policías armadas: “¡A éste, ya sabéis, a la mínima, fuego!”. Estaba seguro de que iban a darme el paseo. Convencido de que me llevaban a Plaiaundi, a darme "el paseo".
Pasado el primer susto, en la Comandancia Militar estuve repasando mentalmente cómo habíamos caído. Me habían hecho descalzar y me pisaron los pies. Yo no dije ningún nombre, porque a partir de Arjanaute podían haber cogido a más gente. A mí no me apretaron mucho, esa es la verdad, porque pensaron que los enlaces los tenía el que había ido a Bilbao. Pero la paliza a Lapeira fue de abrigo. Y tampoco dijo ningún nombre.
Estando allí, llegó la visita del coronel Ibáñez, que era el segundo jefe de fronteras, conocido de mi tía Rosa. Tenía amistad con él y le avisó. Entró en la habitación y se puso fuera de sí: “¡Estás loco! ¡Estáis locos! ¿Qué cojones venís a hacer aquí? ¡Te va a costar caro esto! Me ha dicho tu tía que venga a verte, pero no te voy a dar ningún optimismo, ¿eh? ¡Estáis perdidos! Van a hacer un consejo sumarísimo en 48 horas y os fusilan. Ya sabéis que yo no soy fascista, no soy de Falange, soy monárquico de toda la vida, pero...”. Y yo acojonado allí.
Luego me llevaron a la cárcel de Ondarreta. Me llamó el director, Ramón Otalora y Barrientos, a quien conocía de Valencia, porque era inspector cuando yo estuve condenado en San Miguel de los Reyes, en 1939. Me llamó al despacho. Cuando yo me fugué de Arrona, dependía de Ondarreta. Y me llevaba conducido el jefe de servicio, Echarte, un navarro de Pamplona, buena persona, que había sido jefe del destacamento. Conmigo se portó muy bien y me decía “En buena te has metido. ¿Cómo se te ocurre venir aquí?”. Y el Director le dijo: “A éste llévele usted al último rincón de la cárcel, al último agujero, donde no vuelva a ver el sol, para que se pudra allí”. Y me llevaron a una habitación donde había ataúdes. ¡Joder, que volví a pensar que me pegaban un tiro!
Durante el proceso judicial, en la celda, mi problema era si podría morir valientemente. En mi celda, ensayaba la pose que iba a poner ante el pelotón. Todo el día en la celda, sin tener qué hacer. Nos defendió en el jucio un conocido militar de Irún, que luego se ha hecho jesuita.
Estaba convencido de que no había solución, porque habían fusilado por mucho menos. Cuando el juicio, resultó que uno de los venidos de Francia, y te aseguro que yo no, llevaba, asómbrate, la nómina con los nombres de los once, firmada por cada uno, con lo que cobrábamos en francos. ¿Tú crees posible eso? Y nos salvamos porque ponía: “Barroso, comandante; Gandía, capitán; Regino, teniente; Usabiaga, Lapeira, Chopitea, soldados...”. Y, claro, la salvación: “Yo, desde luego, soldado. Yo hacía lo que me decían los jefes”. Si en el expediente o en las declaraciones se llega a descubrir que yo venía como jefe de agi-pro y Lapeira como secretario, otro gallo nos cantaba. Y esa fue la atenuante. Al final, pena de muerte para Barroso y Lapeira, éste con la agravente de “resistencia a la autoridad”, porque cuando le detuvieron abrió la puerta la prima de Regino, pero Manzanas estaba escondido detrás con la pistola y Lapeira se llevó la mano a la pistola del bolsillo. Todo muy exagerado. Todos los demás, 20 años y un día de cárcel. También había acabado la guerra, y quizá Franco no podía seguir fusilando a mansalva. Pero eso es difícil de saberlo ahora, porque en 1945 se fusilaron a montones de personas.
El 30 de noviembre, a causa del listado de Barroso, la represión policial cayó sobre Eusko Naya. Fueron arrestados numerosos nacionalistas, sobre todo en Vizcaya, y otros tuvieron que escapar a Francia. También consecuencia del apresamiento del primer grupo, fue la detención en San Sebastián de una red establecida en septiembre para conseguir salvoconductos y documentación. Un policía, fingiéndose maquis recién llegado del exterior, se presentó al contacto José Esquizabel, dueño de un bar. A partir de él fue arrestado Alejandro Irízar, secretario del Ayuntamiento de Ormaiztegi, que conseguía impresos oficiales y papel timbrado merced a su puesto.
Según Francisco Aguado, también cayeron varios enlaces y dos maquis recién llegados de Francia: "En diciembre del mismo año (1944), prodújose en San Sebastián la desarticulación de uno de estos dispositivos de paso, que había sido preparado minuciosamente desde hacía algún tiempo. De esta forma, los pasos por la frontera guipuzcoana quedaron “quemados” por algún tiempo. Más tarde volverían a establecerse para alimentar el bandolerismo de Galicia, Asturias o Santander."
* El presente trabajo está extraído del libro “Maquis. La guerrilla vasca 1938-1961” de editorial Txalaparta.
Notas:
(1) PONS PRADES, E.: Guerrillas españolas 1936-60.-
(2) ARASA, Daniel: Años 40. Los maquis y el PCE.-
(4) F. AGUADO: El Maquis en España
*Colaboración del profesor Mikel Rodríguez Álvarez
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