Dto. CCSS, Geografía e Historia
I.E.S. "Sefarad", de Fuenlabrada, Madrid
El periplo de los 6 guerrilleros de la Agrupación Málaga-Granada en su huída hacia Francia en 1952 supone toda una lección de geografía física y humana de las principales unidades de relieve del Levante peninsular.
Casi 1.000 kilómetros cubiertos bajo la alta presión de sus perseguidores, al albur de los espacios interpretados en una vieja cartilla escolar, con la sola ayuda de un palo toscamente graduado y el conocimiento intuitivo de las estrellas y del musgo de los troncos que señala el rumbo norte.
Perfil del recorrido
Comprobamos que el recorrido consta de un trazado capicúa, cuyo origen y destino corresponden a dos plegamientos alpinos: la cordillera penibética y los Pirineos, montañas jóvenes y muy elevadas, frutos ambas de la presión de las placas africanas sobre la península ibérica. En medio, las serranías de la cordillera ibérica y, como trampa mortal para fugitivos, la depresión del Ebro.
El grupo de huidos partió de la vertiente sur de Sierra Nevada, las Alpujarras, comarca accidentada, de elevada altura pese a la proximidad del mar, muy transformada por la actividad humana que, desde siglos, aterrazó con bancales las laderas para impedir la pérdida del suelo por erosión.
Bancales ambivalentes, que tan pronto ofrecen protección contra el enemigo como esconden a la fuerza armada que prepara una emboscada. Los únicos pasos posibles eran el collado que separa la cumbre del Veleta de la del Mulhacén, o los puertos de la Ragua y aledaños, todos entre los 3.000 y los 2.500 metros, desde donde la ruta se despeña hacia las hoyas de Baza y Guadix, desnivel en el que se pasa a los 800 metros en pocos kilómetros. Tierras de secano que había que atravesar de prisa y de noche para alcanzar cuanto antes los cordeles de las sierras de la Sagra y Segura, de nuevo por encima de los 2.000 metros.
Entrando en Albacete, el llano mesetario se abre ante los fugitivos. El llano, el territorio más hostil para la guerrilla, en torno a los 600 metros de altitud, con tierras sedimentarias cubiertas de grandes extensiones de cereal, hubo de ser recorrido por la noche y amparándose en la altura de los cultivos en ésta época del año (comienzos del verano), hasta alcanzar las alturas de Monte Aragón y entrar en Valencia por la sierra de Martés. Solo la baja densidad de población de la zona ofrecía un punto de seguridad a los huidos.
Si el llano era el infierno de la guerrilla, las sierras del arco mediterráneo eran el terreno más propicio posible: macizos calcáreos horadados por el "karst" - la acción del agua sobre la roca caliza que la disuelve y la perfora dando lugar a la proliferación de grutas y abrigos-, vegetación densa de matorral alto –el "maquis" y la garriga- y espesas manchas de pinar que ocultaban el avance de avistamientos inoportunos.
Como contrapartida, profundas barrancas y cortadas del terreno, excavadas por las impetuosas lluvias de final de verano, y espectaculares hoces (como las del río Cabriel) que obligaban a dar rodeos y a desandar el camino en muchas ocasiones. Como factor ambivalente, el caserío disperso – mas y cabañas-, entre cuyos habitantes, dedicados a la ganadería extensiva o a la explotación maderera, donde tanto podían albergarse colaboradores de la guerrilla como confidentes de la Guardia Civil.
Por las sierras de Javalambre y Gúdar, el grupo entró en Aragón, moviéndose de nuevo entre los 1.000 y los 2.000 metros de altura, esta vez en tierras donde la guerrilla tenía tradición centenaria: el Maestrazgo, último refugio de las partidas carlistas del XIX. Buscaban al norte el paso natural hacia el valle del Ebro, los puertos de Beceite, entre Castellón y Teruel, pórtico del paso sin duda más peligroso del viaje.
Ante ellos, la cubeta del Ebro, la gran depresión que fuerza la bajada a menos de 200 metros de altitud, a tierras densamente pobladas por la atracción del influjo benefactor del río, y el vado del brazo caudaloso como necesidad ineludible.
Aquí el riesgo era máximo. Solo hay dos formas de pasar al otro lado: los puentes, sin duda vigilados, y en barca. Los movimientos erráticos entre Caspe y Mequinenza revelan las dudas del grupo y el recurso final al medio navegable.
Por fin, en la otra orilla, el avance debía acelerarse para alcanzar cuanto antes el pre-pirineo. Dejando atrás Lérida y Balaguer, el terreno comienza a ascender hacia Barbastro, en Huesca.
Los Pirineos constituían la última barrera: su forma recuerda a la de una ola a punto de romper sobre Francia, por lo tanto más áspera y elevada en el lado español que en el francés. La posibilidad de franquear cumbres superiores a 3.000 metros solo es practicable a través del valle de los ríos pirenáicos, muchos de ellos excavados por la antigua acción de los glaciares, y practicados desde tiempo inmemorial por contrabandistas y ganaderos de ambos lados de la frontera pero, precisamente por ello, también familiares a la Guardia Civil y los somatenes.
Los fugitivos optaron por el Cinca. Al fondo, el Monte Perdido, cuyos más de 3.300 metros fue preciso bordear, antes de que Francia mostrara la meta final en el espectacular circo glaciar de Gavernie, un gigantesco anfiteatro natural de roca tallada por los hielos. Atrás quedaban una odisea épica, y un país que tardaría mucho más de 100 días en recuperar la libertad que a ellos les había costado alcanzar a una media de 11 kilómetros por jornada."
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