EL MUNDO 10/06/2002
La historiadora Dolors Marín estudia a los guerrilleros libertarios que lucharon contra el franquismo BARCELONA.- El olvido de aquellos guerrilleros antifranquistas que tras el final de la Segunda Guerra Mundial se echaron al monte para luchar contra la dictadura. Esta es la historia que cuenta Dolors Marín en su libro Clandestinos. El maquis contra el franquismo, 1934-1975.
En estos últimos 25 años se dejó en el baúl de los recuerdos las luchas para facilitar la transición. La historiadora Marín dice que se decidió a explicar qué pasó con estos «guerrilleros» porque «conocía a la mayoría de ellos y nadie había explicado nada aún».
Entona una mea culpa ante la «nula implicación» de los historiadores y se queja de que muchas de las historias orales quedarán en el olvido ya que muchos de aquellos protagonistas ya han fallecido.«No hay grabaciones de la resistencia interna, que podría ser normal porque se jugaban la cárcel e, incluso, la muerte, pero lo peor es que no hay grabaciones del exilio, por lo que tenemos partes sesgadas y aún hoy todo es muy pasional».
Marín se ha implicado a fondo en los guerrilleros libertarios.«Un problema añadido para estudiar este grupo es que era acéfalo, a diferencia de, por ejemplo, los comunistas», rememora.
La mayoría de estos protagonistas eran «antimilitaristas». Aunque parezca una paradoja. «Se encuentran luchando en la Guerra Civil.Después, tras pasar por los campos de concentración, se unen al maquis francés contra el nazismo y muchos de ellos vuelven a coger las armas para intentar derrocar el franquismo. Son saboteadores y hacen golpes de efecto».
Muestra su pesar por la «injusticia» de la Historia. «Como mínimo, podrían ser enterrados dignamente», afirma. Recuerda que Ramon Vila, Caracremada, no fue enterrado con dignidad hasta el año 2000 en Castellnou de Bages, localidad en la que fue abatido por la Guardia Civil.
Rurales y urbanos
Entre los «guerrilleros míticos» están el citado Vila, que junto a Marcel·lí Massana, podrán ser considerados los guerrilleros rurales. Conocían mejor que nadie los bosques y los escondrijos.
En cuanto a los «urbanos», se podría citar a Josep Lluís Facerías y a Quico Sabaté. El primero trabajaba como camarero en el elitista café de la Rotonda y lo compaginaba con golpes como atracos a los meublés, entre ellos el mítico a la Casita Blanca. El segundo, se movía sin dificultad por la ciudad. Era de l'Hospitalet. «En aquella época no existían fotografías de los guerrilleros. Si no era por una traición, era difícil identificarlos», asegura Marín.
A pesar de que eran muy hábiles cruzando la frontera en ambos sentidos, todos murieron acribillados. La prensa franquista los llamó «bandidos». Realizaban atracos, pero el dinero servía para ayudar a los familiares de los presos. Ninguno de ellos se enriqueció.Fueron los últimos románticos.
El caso de l'Hospitalet
L'Hospitalet fue cuna de reputados guerrilleros, con el mítico Quico Sabaté al frente. Aunque ahora pueda parecer extraño, esta ciudad creció extraordinariamente durante el primer tercio del siglo XX.
Lugar de aluvión, muchos inmigrantes se instalaban en barracas en barrios como La Torrassa, conocida como La Murcia chica, o Collblanc.
Las condiciones de vida eran muy malas. Nadie hacía nada por aquellas personas. Sólo la CNT procuraba la escolarización de los hijos y los adultos. No sólo a leer. Las escuelas racionalistas imbuían de ideología.
En el libro se cita el reportaje de Carlos Sentís sobre el viaje de murcianos a l'Hospitalet. Asegura que en La Torrassa había 20.000 murcianos de 22.000 habitantes: «Estos catalanes viven muy juntos, todos se conocen, todos andan asustadizos pegados a las paredes». veterano periodista también compara, en su reportaje, La Torrassa con paisajes de Africa.
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