EL MUNDO 08/12/2000
Hay quien apuesta por la amnesia colectiva como antídoto milagroso para las viejas heridas. Hay quien es adicto a pasar página para que nada supure, no vaya a ser que un tufo maloliente emponzoñe la convivencia de los españoles veinticinco años después de la transición.
En su día el miedo al conflicto -«la responsabilidad»- aconsejó a muchos obviar, como mal menor, las perversidades de los cuarenta años de dictadura de Franco. Quizá convenía. No obstante el tiempo fluye y ablanda tensiones; ubica el rencor a una distancia prudencial y permite volver sobre la historia con cierta imparcialidad. Atrás quedan persecuciones, dramas y villanías. Los ajustes de cuentas, si los hay, son más de índole moral que física. Pero -afortunadamente- aun hay gente que persigue finales felices al estilo de las películas americanas.
En el Congreso de los Diputados de Madrid se ha presentado una iniciativa parlamentaria con la que se pretende homenajear a los guerrilleros combatientes por la libertad que no entregaron las armas tras la derrota del ejército regular republicano. Me parece justo y oportuno. Justo, porque cualquier lucha por las libertades merece reconocimiento. Oportuno, porque nuestra sociedad goza de madurez política para hacerlo sin ira ni mal humor. Muchos de aquellos combatientes, guerrilleros o «maquis» tomaron parte en la Resistencia francessa, lograron el agradecimiento explítico del general De Gaulle y sus nombres se encuentran grabados sobre piedra a lo largo de villas y ciudades de Francia. ¿Por qué no aquí? Sin mimetismo con los galos se trataría sencillamente de reconocer que no eran mala gente, ni bandoleros, como pretendía la propaganda del régimen franquista. Se trataría simplemente de recuperar -incluso desde la discrepancia sobre la oportunidad de sus acciones- la vertiente humana, ética, la legalidad de su causa.
La Mesa del Parlament de Cataluña ha visto aterrizar, también, otro par de iniciativas parlamentarias que persiguen la recuperación de nuestra memoria colectiva. Una de reconocimiento a los presos y represaliados políticos; otra, como acto de desagravio a la masonería en su conjunto. Esta última propuesta pretende borrar, en lo posible, la leyenda negra que la dictadura tejió alrededor de la supuesta actividad conspirativa de las logias masónicas. Tras el franquismo se amnistió a los opositores al régimen pero ningún estamento reparó los perjuicios ocasionados en el terreno profesional o psíquico a los encarcelados por la libertad y la democracia.
Asistimos en la actualidad a una dinámica de revisión histórica. El fenómeno no es sólo español. También en Chile, Argentina o Sudáfrica se persigue la verdad para poder perdonar -dicen- después. La Iglesia pide perdón por sus errores, Clinton reconoce la brutalidad de los bombardeos en Vietnam... En España la introspección ha tenido su máximo apogeo con el 25 aniversario del 20N. Este ejercicio no debería cesar hasta conseguir mayores cotas de recuperación de nuestra memoria histórica y por parte del Estado políticas específicas de reparación. El final feliz de la película no es económico ni material, es eminentemente moral.
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