del movimiento comunista en España
A propósito del papel jugado por Santiago Carrillo en la operación "Reconquista de España" de octubre de 1944, se ha dicho que Carrillo vino al valle de Arán con la misión de imponer los acuerdos de Yalta a los resistentes españoles en Francia. El episodio, prólogo de la purga de Jesús Monzón y del asesinato de Gabriel León Trilla, ha sido glosado en otras ocasiones. Hay otro caso menos conocido, pero inserto en la misma línea:
Mediado el verano de 1944 llegaba a Casablanca, procedente de Montevideo y con escala en Lisboa, un misterioso personaje llamado Hipólito Gómez de Asís, hijo de un acaudalado industrial conservero uruguayo, marchado a Europa para estudiar las empresas del ramo a fin de establecer una factoría de ese tipo en el Río de la Plata. Durante su estancia en tierras lusas, había sido agasajado por el embajador de la República Oriental y por el Ministro de Marina portugués, que le acompañaron en su periplo por las principales instalaciones conserveras de Lisboa y Setúbal. Se prodigaron en su honor los banquetes y los bindis a la salud de los lazos de amistad luso-uruguaya. En su trato mundano, el caballero López de Asís, soltero, rico, y poseedor de un pasaporte americano, se convirtió en el partido ideal para varias señoritas de familias centroeuropeas en declive, arrumbadas a Portugal por efecto de la guerra en el continente.
Mas don Hipólito no había cruzado el océano Atlántico para aventuras galantes, ni siquiera para la continuación de ese estudio de mercado que constituía el pretexto de su tránsito hacia el norte de África. Hipólito Gómez de Asís había desaparecido siendo niño, y su identidad fue usurpada y reelaborada a medida para ocultar a Santiago Carrillo, a la sazón responsable de organización del PCE y teórico número tres del partido tras Pasionaria y Vicente Uribe. Carrillo llegaba de América para someter al partido a la férula de la dirección repartida entre México y la URSS; a un partido que, habiendo formado parte de la vanguardia combatiente contra el nazismo, corría el riesgo de caer en veleidades autónomas respecto al destino que para la Europa occidental tenía pactado Stalin con los anglonorteamericanos.
En noviembre de 1942, Jesús Hernández ya le había comentado a Dolores Ibárruri la necesidad de emplear a los militantes comunistas españoles residentes en el norte de África en la resistencia antinazi. Se trataba de ofrecerse a los aliados para llevar a cabo tareas de propaganda y trabajar en la industria de guerra para contribuir al esfuerzo por la victoria. En caso de entrada de Franco en la guerra al lado del Eje, Hernández -igual que otro comunista disidente, José del Barrio- apostaban por la formación de unidades militares específicamente españolas mandadas por oficiales españoles para luchar junto a las tropas aliadas. A este fin, Hernández recomendó a Ibárruri el envío a Argelia de un grupo de cuadros y militares del grupo que se encontraba inactivo en la URSS. Debió hacerse a regañadientes -porque Pasionaria era de la opinión que ofrecerse voluntario para abandonar la URSS era sospechoso de antisovietismo-, pero lo cierto es que en 1944 se encontraban en Orán Mariano Lucio y Nemesio Pozuelo, que habían recibido instrucción en unidades guerrilleras soviéticas.
Carrillo narra que a su llegada se encontró con que la dirección establecida en aquel puerto argelino permitía que “una treintena de cuadros del partido [estuviesen] pasando un curso de técnicas ilegales –de espionaje prácticamente- en una escuela de los servicios norteamericanos y nuestros responsables allí mantenían una fluida relación con los jefes de dichos servicios. Éstos, por otra parte, suministraban intendencia a los nuestros. Me enteré en la primera reunión que un grupo de camaradas que recibiera ya ese entrenamiento había sido desembarcado en España y caído en manos de las fuerzas franquistas”.
Con el pretexto de que Dimitrov había ordenado no suministrar datos sensibles sobre militantes comunistas a los servicios de inteligencia occidentales, Carrillo procedió a destituir a Lucio y Pozuelo, a los que, en el argot estalinista "envió a trabajar a la base". El procedimiento, en palabras del propio Carrillo, fue impecable: "Como el centralismo democrático era entonces un principio incontrovertible y yo era allí el dirigente más elevado, destituí a Lucio y a Pozuelo y formé un nuevo grupo dirigente (…) Limpio el terreno, rota toda relación con dichos servicios, nos pusimos a trabajar”.
El "delito" de Pozuelo y Lucio fue negarse a aplicar la directriz de cortar con los americanos amparándose en que el Buró Pólítico del partido desconocía la situación en África del Norte, “que ellos, por estar sobre el terreno, dominaban". El viejo y recurrente conflicto entre el interior y el exilio, entre los cuadros de primera línea y la dirección distante pero poseedora de los resortes de coacción y legitimación de la línea política, iba a ser una constante en la carrera de don Santiago. Dominada la organización en la orilla sur del Mediterráneo, Carrillo volaría a Toulouse para someter a la del otro lado de los Pirineos. Don Santiago podía sentirse orgulloso: había aplicado las directrices a la perfección. La tenaza sobre la Península Ibérica quedaba en suspenso; Stalin y Churchill podían descansar tranquilos; Franco, sin saberlo, también.
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