La denuncia.


El motor de la justicia franquista era la denuncia. Los sumarios se instruían a partir de la actuación de unos denunciantes anónimos hasta 1941. A partir de ese año, ante los excesos cometidos se dio carácter público al denunciante, exigiéndosele la aportación de pruebas.

Hasta entonces, la denuncia era personal, anónima y en muchos casos interesada, sesgada e insidiosa hacia las futuras víctimas.

Bastaba con afirmar que el denunciado había pertenecido al Comité, había participado en requisas o había asesinado para que estuviera destinado a una muerte segura.

Con este método se solapaba la envidia, se eliminaban competidores molestos, se apropiaban de haciendas, se sustituían maridos por amantes, se resolvian enfrentamientos familiares por herencias, etc.

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